reader.chapter — Despertar en el Abismo
Alina
Un latido, profundo y enfermo, retumba en mi pecho mientras el mundo se desdibuja en una neblina de dolor. Mi piel arde, pegajosa, atrapada en un charco de savia negra que parece viva, succionándome hacia abajo como si quisiera devorarme. Abro los ojos con un jadeo, el aire quemando mis pulmones con una mezcla de calor sofocante y frío cortante que me corta como navajas. Estoy en el Corazón de las Lunas, lo sé sin necesidad de verlo, porque cada rincón de mi ser grita bajo el peso de este lugar. Las paredes de obsidiana pulsan a mi alrededor como arterias de un corazón monstruoso, emitiendo un resplandor rojo infernal que tiñe el aire de sangre. El hedor a metal fundido y sangre antigua me revuelve el estómago, pero no hay escapatoria de este infierno.
Mi cuerpo tiembla incontrolablemente, cada músculo tenso como si estuviera a punto de romperse. Levanto una mano, con dedos temblorosos, y toco mi rostro. Un escalofrío me atraviesa al sentir las venas negras, duras y calientes bajo mi piel, extendiéndose como raíces venenosas hasta mis mejillas, mi mandíbula, acercándose a mis ojos. La corrupción ha avanzado, más rápido de lo que temía, marcándome como un mapa de oscuridad que no puedo borrar. Mi brazo, donde la flecha envenenada de Rafa me hirió, palpita con un dolor sordo, un recordatorio constante de ese veneno que se mezcla con mi magia contaminada. Cada respiro es una lucha, cada pensamiento una batalla contra el peso que me aplasta.
El colgante de obsidiana en mi pecho emite un destello carmesí cegador, quemando mi piel con una intensidad que me arranca un gemido. Lo agarro con dedos torpes, pero el calor me obliga a soltarlo, dejando una marca roja en mi palma. Es como si el colgante estuviera vivo, latiendo en sincronía con algo mucho más grande, algo que me reclama. Mi corazón se acelera, un tamborileo desesperado contra mis costillas, mientras un rugido primal sacude la caverna. El sonido reverbera en mis huesos, haciendo que el suelo bajo mí tiemble como si algo colosal se agitara en las profundidades. Cierro los ojos con fuerza, intentando bloquearlo, pero no hay escape. No aquí.
Entonces, llega. Una visión brutal me golpea como un puñetazo, robándome el aliento. Estoy frente a Kael, pero no soy yo. Mis ojos son oscuros, vacíos, pozos de nada que reflejan una voluntad que no es la mía. Mis manos, manchadas de sangre, sostienen una daga que brilla con un rojo enfermizo. La hundo en su pecho, una y otra vez, mientras su mirada ámbar se apaga, llena de traición y dolor. Su sangre caliente salpica mi piel, y una voz gutural, profunda como el abismo mismo, susurra en mi mente: “Tu sangre ya es mía”. Un grito se atora en mi garganta, pero no puedo soltarlo. Mi cuerpo no me obedece. Soy un títere, una marioneta de La Sombra, y el horror de lo que veo me rompe en pedazos.
La visión se desvanece, dejándome jadeando en el charco de savia negra, mis uñas clavándose en la piedra fría bajo mí. No puedo dejar que esto pase. No puedo hacerle daño a Kael. Pero el miedo se enrosca en mi pecho como una serpiente, apretando hasta que apenas puedo respirar. ¿Y si ya no hay vuelta atrás? ¿Y si esto es lo que soy ahora, un arma para La Sombra, un recipiente para su oscuridad? Mis pensamientos se fragmentan, girando entre la desesperación y un hilo frágil de esperanza que se desvanece con cada latido. No sé cuánto más puedo soportar antes de rendirme por completo.
El aire a mi alrededor se vuelve más denso, cargado de susurros en lenguas olvidadas que rasgan mi mente como garras. Palabras que no entiendo, pero que traen imágenes fragmentadas de sacrificios pasados. Veo brujas con gargantas desgarradas, sus ojos abiertos de par en par mientras la sangre forma charcos bajo ellas. Lobos con huesos rotos, aullando en agonía mientras la luz de la luna los abandona. Cada imagen es un golpe, un recordatorio del costo de este lugar, de esta magia que corre por mis venas y que ahora amenaza con consumirlas. Mi mano tiembla mientras la presiono contra mi pecho, intentando calmar el dolor, pero no hay alivio. Solo hay más oscuridad, más peso, más miedo.
Un ruido repentino corta los susurros, un grito crudo y desesperado que perfora el aire opresivo. “¡Alina!” Mi nombre resuena en la caverna, y mi corazón da un vuelco doloroso al reconocer esa voz. Kael. Levanto la cabeza, mis ojos nublados por el dolor buscando desesperadamente su figura. Y ahí está, irrumpiendo desde una entrada irregular en la pared de obsidiana, su cuerpo alto y musculoso cubierto de heridas frescas. La sangre corre por su piel bronceada, dejando senderos oscuros sobre cicatrices antiguas y cortes nuevos que parecen demasiado profundos. Su cabello oscuro está revuelto, pegado a su frente por el sudor y la suciedad, y sus ojos ámbar brillan con una mezcla de desesperación y furia mientras me busca.
Por un instante, el alivio me inunda, cálido y sofocante, al verlo vivo, al saber que no estoy sola. Pero ese alivio se transforma rápidamente en pánico. ¿Y si la visión se hace realidad? ¿Y si mi presencia aquí lo condena? Quiero gritarle que se vaya, que huya de mí antes de que sea demasiado tarde, pero mi voz se quiebra, atrapada en mi garganta. Solo puedo mirarlo, mis ojos oscuros llenos de un terror que no puedo ocultar, mientras él avanza hacia mí con pasos urgentes, su respiración entrecortada resonando en el silencio mortal de la caverna.
Entonces lo veo. Detrás de él, las sombras comienzan a moverse, líquidas y viscosas, alzándose como serpientes de la oscuridad. Ojos rojos, brillantes como brasas, se forman en su interior, fijándose en nosotros con una hambre que me hiela la sangre. Mi estómago se retuerce mientras las sombras se multiplican, extendiéndose por las paredes y el suelo, formando un círculo a nuestro alrededor. No hay escapatoria. Estamos atrapados, encerrados en una red de peligro inminente que parece apretarse con cada segundo. Kael se detiene a pocos pasos de mí, su mirada ámbar encontrando la mía, y aunque no dice más, puedo sentir el peso de su determinación, el miedo que lucha contra su necesidad de protegerme.
Pero esas sombras… sé lo que significan. Son un eco de La Sombra, fragmentos de su poder que nos persiguen, que nos reclaman. Mi colgante pulsa una vez más, quemando mi piel con una furia renovada, y un susurro helado vuelve a deslizarse en mi mente: “Tu sangre ya es mía”. El terror me paraliza, pero no puedo apartar los ojos de Kael, no puedo ignorar la certeza de que, si no encontramos una salida, si no luchamos contra esto, todo lo que amo se perderá en esta oscuridad. Y no sé si tengo la fuerza para evitarlo.