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Novelas románticas en un solo lugar

reader.chapterEl Susurro del Altar


Lea Vinter

Fría como un suspiro de muerte, la bruma rojiza se arremolina a mis pies en el sótano de la Mansión Vinter, un lugar que una vez llamó hogar y ahora se siente como una tumba. El altar de piedra negra se alza ante mí, su superficie agrietada latiendo como una herida viva, un pulso lento y malévolo que resuena en mi pecho. La tenue luz carmesí que se filtra desde las grietas ilumina mi cabello blanco, un reflejo sobrenatural que parece absorber la oscuridad misma, y siento el peso de mis 26 años como si fueran siglos. El aire huele a tierra antigua y decadencia, un hedor que se pega a mi garganta y quema con cada respiración. Estoy aquí, frente a este monstruo de piedra, porque no hay otro lugar a donde ir, porque las respuestas que busco—o el fin que temo—están enterradas en esta maldición.

Mi muñeca izquierda arde, la cicatriz en forma de media luna latiendo con un rojo enfermo que me hace apretar los dientes. El corte negro en mi brazo, la marca de La Voraz, pulsa con una oscuridad hambrienta, como si algo dentro de mí quisiera salir, desgarrarme desde el interior. Ese vacío interno, el que ha crecido desde el Valle de las Cenizas, se retuerce ahora como una serpiente, enroscándose en mis costillas, susurrando que ya no soy yo. Mi piel, antes pálida como la luna, ahora tiene un tono ceniciento, casi translúcido bajo este fulgor infernal, y mis ojos plateados—fríos, afilados, inhumanos—reflejan un terror que no puedo ocultar. Estoy demacrada, rota, un eco de la mujer que solía ser, y aun así no puedo apartarme de este altar. Es como si me llamara, como si supiera lo que he perdido y quisiera devorarlo todo.

Un movimiento en la grieta me paraliza. Sombra líquida, negra como la tinta más profunda, se desliza desde el centro del altar, serpenteando hacia mí con una lentitud deliberada, como si saboreara mi miedo. Mi respiración se entrecorta, mis piernas tiemblan, pero mis pies están clavados al suelo frío, como si raíces invisibles me ataran. El frío de la mansión perfora mi piel, agujas invisibles que se clavan en mi carne, y el broche de luna creciente que cuelga de mi pecho parece pesar toneladas, un recordatorio de la maldición que cargo. La sombra se acerca, su forma indefinida pero viva, y un susurro gutural resuena en el aire, vibrando en mis huesos.

“Lea…” dice, y mi nombre en su voz es un veneno que me envenena el alma. Es La Voraz, lo sé, la entidad que intentó sellar y que me arrancó pedazos de mí en el Valle. Su presencia es un peso físico, una mano helada que aprieta mi corazón, y no puedo moverme, no puedo gritar, no puedo hacer nada más que mirar mientras se alza frente a mí, un charco de oscuridad que parece contener un abismo entero. Mi mente se tambalea, el trauma de aquella batalla—la sangre, el sacrificio, el espejo roto que me mostró lo que he perdido—golpeándome como una ola. Soy un caparazón, una reina de la luna destronada por su propia magia, y esta cosa lo sabe. Lo saborea.

Imágenes destellan en mi cabeza, violentas y vívidas, como si alguien clavara un cuchillo en mi conciencia. Veo Hexenberg ahogado en una noche eterna, una oscuridad tan densa que traga incluso el brillo de la luna. Las calles están desiertas, los árboles del Bosque Primordial retorcidos hasta convertirse en garras que arañan el cielo, y yo… estoy en el centro de todo. Mi cabello blanco flota como un sudario, mis ojos son pozos vacíos, y una corona de sombras descansa sobre mí mientras la bruma carmesí lame mis pies. Soy su heralda, su recipiente, un títere de esta maldición que he jurado destruir. La visión me quema, me desgarra, y siento el vacío dentro de mí ensancharse, un hambre que no es mía pero que me pertenece. Quiero gritar, quiero arrancarme estas imágenes de la mente, pero mi cuerpo no responde. Estoy atrapada, tanto por la sombra frente a mí como por el horror de lo que podría convertirme.

El corte negro en mi brazo arde más fuerte, un latido que sincroniza con el pulso del altar, y la cicatriz de mi muñeca parece a punto de desgarrar mi piel. El dolor es insoportable, pero más allá del dolor está el miedo, crudo y paralizante, de que ya no haya vuelta atrás. ¿Y si esto es lo que soy ahora? ¿Y si el sacrificio en el Valle no solo falló en sellar a La Voraz, sino que me ató a ella de una manera que no puedo deshacer? Mi pecho se aprieta, la respiración se me escapa en jadeos cortos, y lágrimas calientes se deslizan por mis mejillas, aunque no sé si son de terror o de resignación. La sombra se inclina más cerca, su susurro ahora un rugido suave que me envuelve como una caricia enferma. “Pronto…” dice, y juro que puedo sentir su toque, un frío viscoso que se desliza por mi piel pálida, buscando entrar.

Un aullido desesperado corta el aire desde el exterior, un sonido que rasga el trance como un cuchillo. Es Kyle. Su voz, incluso transformada por su naturaleza de lobo, lleva una urgencia que me sacude, un ancla en este mar de oscuridad. Mi cabeza se sacude hacia el sonido, mis ojos plateados buscando la salida invisible del sótano, pero antes de que pueda moverme, un temblor violento sacude la mansión. El suelo bajo mis pies se estremece, un rugido profundo reverbera desde las entrañas de la tierra, y polvo y trozos de piedra caen del techo, golpeando el suelo con un eco seco. Las paredes gimen, no como madera vieja, sino con una malicia viva, un lamento gutural que parece burlarse de mi fragilidad. La bruma rojiza se espesa, el hedor se vuelve asfixiante, y sé, en algún rincón roto de mi mente, que algo mucho más oscuro ha comenzado a despertar.

Mis piernas ceden al fin, y caigo de rodillas sobre la piedra helada, un grito desgarrador escapando de mi garganta. El sonido rebota en las paredes, mezclándose con su gemido sentiente, y mis manos tiemblan mientras se aferran al suelo, como si pudiera anclarme a algo real, algo que no sea esta pesadilla. La sombra líquida retrocede apenas, deslizándose de nuevo hacia la grieta del altar, pero su presencia persiste, un peso invisible que me aplasta. El pulso del altar se acelera, cada latido resonando en el corte negro de mi brazo, y siento el vacío dentro de mí rugir en respuesta, hambriento, insaciable. Este lugar, esta mansión que una vez fue refugio, es ahora mi prisión, un espejo de la maldición que me define. Y mientras miro hacia la grieta, rodeada por la bruma y el eco de mi propio grito, sé que no hay escapatoria. No aún. No mientras La Voraz me reclame, susurrando mi nombre como una promesa de ruina.