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Novelas románticas en un solo lugar

reader.chapterEl Peso de las Cenizas


Lea Vinter

Temblando en una silla desgastada, me aferro al borde de una mesa polvorienta en una habitación olvidada de la Mansión Vinter. El diario de mi abuela yace abierto frente a mí, sus páginas amarillentas iluminadas por la luz parpadeante de una única vela que lucha por no apagarse. La bruma rojiza del sótano se cuela por las grietas de las paredes, enroscándose como dedos invisibles que buscan alcanzarme. El aire apesta a decadencia, un hedor que se pega a mi garganta y revuelve mi estómago. Mis ojos plateados, reflejando el débil resplandor, se fijan en las palabras garabateadas con una urgencia que parece gritar desde el pasado. Mi mano tiembla al pasar las páginas, desesperada por encontrar algo, cualquier cosa, que me diga cómo detener a La Voraz.

Un susurro helado roza mi mente, un eco de mi propio nombre que resuena como un lamento. Es la misma voz venenosa que me paralizó frente al altar hace apenas unas horas, cuando la sombra líquida se alzó de la grieta y me prometió un futuro de ruina. La cicatriz en forma de media luna en mi muñeca arde con un rojo enfermo, como si respondiera a ese recuerdo, y el dolor me arranca un jadeo. Aprieto los dientes, intentando concentrarme en las líneas borrosas del diario, pero cada palabra parece desvanecerse bajo mi mirada, como si la propia mansión conspirara para mantenerme en la oscuridad.

La luz de la luna se cuela por una ventana rota, cayendo sobre mi piel. Me miro las manos, y un escalofrío me recorre la espalda. Mi piel está casi translúcida, tan fina que puedo ver el débil brillo plateado de mis venas latiendo debajo, como ríos de luz sobrenatural. No soy yo. No soy quien solía ser. El reflejo de lo que he perdido me golpea como un puñetazo, y el vacío dentro de mí se retuerce, hambriento, susurrando que ya estoy perdida. Cuando hablo, incluso en voz baja para mí misma, mi voz lleva un eco hueco, como si algo más hablara a través de mí. “No puedo seguir así,” murmuro, y el sonido me asusta, reverberando en las paredes como un lamento que no es del todo mío.

Las páginas del diario no ofrecen consuelo. Hablan de rituales antiguos, de sangre y sacrificios bajo lunas carmesíes, pero nada sobre cómo cortar el lazo con una entidad como La Voraz. Nada sobre este corte negro en mi brazo que pulsa con una oscuridad viva, drenándome con cada respiro. Cierro los ojos por un momento, intentando calmar el pánico que me aprieta el pecho, pero las visiones regresan, tan vívidas como si estuvieran ocurriendo ahora. Hexenberg ahogado en una noche sin fin, el Bosque Primordial retorcido en formas grotescas, y yo… yo como la heralda de esa oscuridad, con una corona de sombras y ojos vacíos. Lágrimas calientes caen por mis mejillas mientras sacudo la cabeza, intentando borrar las imágenes, pero el vacío dentro de mí se ensancha, alimentándose de mi miedo.

No sé cuánto tiempo paso perdida en esos pensamientos, pero de pronto todo se oscurece. Un blackout me envuelve, mi mente se apaga como si alguien hubiera apagado una luz dentro de mí. Cuando vuelvo en mí, estoy de rodillas frente al altar en el sótano, el frío de la piedra helada mordiendo mi piel a través de mi ropa desgastada. Mis manos están cubiertas de ceniza negra, pegajosa y cálida, como si hubiera estado cavando en las entrañas de algo vivo. Mi corazón late desbocado, un tamborileo frenético en mi pecho, y miro a mi alrededor, desesperada por entender cómo llegué aquí. No recuerdo haber bajado las escaleras, no recuerdo haber abierto la puerta al sótano. El altar frente a mí pulsa con esa luz carmesí enfermiza, y la grieta en su superficie parece más ancha, como si me hubiera estado esperando. “No… no otra vez,” susurro, mi voz temblando con un eco que me hace estremecer. El vacío dentro de mí ruge, y por un momento, juro que siento algo moverse bajo mi piel, algo que no soy yo.

Arrastrándome hacia atrás, me alejo del altar, el broche de luna creciente en mi pecho pesando como una piedra que amenaza con hundirme. Subo las escaleras con piernas que apenas me sostienen, el hedor a ceniza y sangre siguiéndome como un fantasma. Cuando llego a un salón iluminado débilmente por un puñado de velas, lo veo. Kyle está allí, de pie junto a una ventana, su figura alta y musculosa marcada por las heridas del Valle de las Cenizas. La cicatriz en su costado aún sangra bajo un vendaje improvisado, y su piel bronceada parece más pálida bajo la luz temblorosa. Sus ojos ámbar me encuentran, y por un instante, el peso en mi pecho se aligera. Pero solo por un instante.

“Lea,” dice, su voz grave y áspera, cargada de un cansancio que refleja el mío. Cruza el salón en unas pocas zancadas, y antes de que pueda hablar, se arrodilla frente a mí, sus manos ásperas y marcadas por cicatrices y sangre seca tomando mi rostro con una ternura que me desarma. Sus dedos tiemblan ligeramente, como si temiera romperme. “No dejaré que te tome,” murmura, sus palabras crudas, desnudas de cualquier arrogancia de alfa. “Incluso si tengo que arrancarme el corazón para detenerlo.”

Sus palabras me atraviesan, un destello de esperanza en medio de la oscuridad que me consume. Quiero creerle, quiero aferrarme a esa promesa como si fuera un salvavidas. Pero antes de que pueda responder, el corte negro en mi brazo pulsa con un dolor ardiente, tan intenso que me arranca un jadeo. Es como si La Voraz estuviera aquí, riéndose de su juramento, burlándose de la idea de que algo pueda detenerla. Mi mano vuela a la marca, apretándola como si pudiera sofocar esa presencia hambrienta, pero el dolor solo se intensifica, sincronizándose con el latido de mi cicatriz en la muñeca. Kyle lo nota, su mirada cayendo sobre mi brazo, y la furia y el miedo destellan en sus ojos ámbar.

“No sé cuánto tiempo me queda,” confieso, mi voz temblorosa, apenas un susurro. “Cada día siento que pierdo más de mí misma. ¿Y si ya no hay nada que salvar?” Las palabras se sienten como vidrio roto en mi garganta, pero no puedo contenerlas. Kyle no responde de inmediato, su agarre en mi rostro apretándose por un momento antes de suavizarse. Sus ojos buscan los míos, pero el silencio entre nosotros dice más que cualquier promesa. No tiene una respuesta, y eso me aterroriza más de lo que quiero admitir.

La mansión parece sentir nuestra desesperación. Las paredes gimen con un lamento gutural, como si estuvieran vivas, y las sombras en las esquinas del salón se estiran, alargándose como dedos que intentan alcanzarnos. El aire se vuelve más pesado, el hedor a decadencia mezclándose con algo más ácido, más oscuro. Un escalofrío me recorre la espalda, y miro hacia la puerta que lleva al sótano, sintiendo el pulso del altar incluso desde aquí. “Nos está observando,” murmuro, mi voz con ese eco hueco que odio. Kyle sigue mi mirada, su cuerpo tensándose como si estuviera listo para pelear, pero ambos sabemos que no hay nada físico contra lo que luchar. No todavía.

Nos sentamos en un silencio pesado, el resplandor de las velas menguando hasta que apenas ilumina nuestros rostros agotados. Estoy acurrucada contra él ahora, su calor una frágil barrera contra el frío que se cuela en mis huesos, pero incluso eso se siente insuficiente. Mi mano descansa sobre la suya, nuestras cicatrices latiendo al unísono, un recordatorio de lo que nos une y de lo que podría destrozarnos. Cada pulso parece más débil, como si algo estuviera drenando nuestra conexión, y el miedo se enrosca en mi pecho, apretando hasta que apenas puedo respirar.

De pronto, un temblor sacude la mansión, más fuerte que cualquier otro que haya sentido antes. El suelo bajo nosotros vibra, y polvo cae del techo, cayendo sobre nuestras cabezas como cenizas de un fuego antiguo. La bruma rojiza del sótano se eleva, filtrándose por las grietas del suelo y envolviéndonos en un velo sofocante que apesta a sangre y podredumbre. Mi corazón se acelera, y el corte negro en mi brazo pulsa con una intensidad que me arranca un jadeo, el dolor irradiando hasta mi pecho. Un susurro helado corta el aire, directo a mi mente, una palabra que me hiela la sangre: “Pronto.”

Miro hacia la oscuridad más allá de la puerta, donde el sótano y el altar esperan como una boca hambrienta. Kyle toma mi mano, su agarre firme pero incapaz de ocultar el temblor en sus dedos. El pulso de nuestras cicatrices sincronizadas se siente más débil que nunca, y la incertidumbre me consume. ¿Será nuestro vínculo suficiente para resistir lo que se avecina? ¿O es ya una cadena que nos arrastra, inexorablemente, al abismo?