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Novelas románticas en un solo lugar

reader.chapterRito Bajo la Luna Oscura


Erich Stahl

Noche sin luna, un velo de negrura absoluta sobre el claro oculto cerca del Claro de la Luna Sangrienta. Los árboles retorcidos se alzaban como centinelas deformes, sus ramas goteando savia negra que brillaba con un fulgor enfermizo bajo la luz parpadeante de las antorchas. El aire, denso con el olor a hierro y ceniza, pesaba en los pulmones, mientras un zumbido bajo vibraba desde la tierra agrietada, como si algo hambriento aguardara debajo. Erich Stahl se erguía en el centro, su figura robusta y encorvada por las heridas del Valle de las Cenizas proyectando una sombra intimidante sobre el círculo de seguidores que lo rodeaban. Fanáticos con ojos febriles y desertores temerosos se mantenían al filo de la oscuridad, sus rostros tensos, sus pasos crujiendo sobre hojas secas con un nerviosismo que no podían ocultar.

La cicatriz irregular que cruzaba su rostro, desde la sien hasta la mandíbula, parecía latir bajo el resplandor rojizo, inflamada y furiosa, un recordatorio de cada batalla, cada pérdida. Sus ojos azul hielo destellaban con una determinación cruel mientras sostenía una daga grabada con runas, su filo desgastado pero hambriento, reflejando la poca luz como si bebiera de ella. Su respiración era pesada, un gruñido contenido que anticipaba el acto oscuro que estaba por cometer. Los ropajes oscuros manchados de sangre y ceniza colgaban de su cuerpo robusto, y la piel de lobo que adornaba sus hombros parecía absorber la penumbra, proyectando una aura de brutalidad implacable.

Miró a su alrededor, evaluando a los lobos que lo seguían. Los fanáticos, con sus gruñidos bajos y sus garras apretadas, estaban listos para beber cada palabra suya como si fuera sangre fresca. Los desertores, sin embargo, se mantenían al margen, sus ojos esquivando los suyos, sus cuerpos rígidos por el miedo o la duda. Erich curvó los labios en una sonrisa burlona. Cobardes, pensó, pero útiles. Por ahora. Su mano se cerró con más fuerza sobre la daga, el metal frío mordiendo su piel mientras el zumbido bajo la tierra crecía, un eco que parecía susurrar su nombre con una promesa de poder.

Sin una palabra, levantó la daga al cielo, donde la ausencia de luna parecía devorar toda esperanza. Los seguidores contuvieron el aliento, el silencio roto solo por el crepitar de las antorchas y el crujir nervioso de las hojas bajo botas inquietas. Erich inclinó la cabeza, dejando que el peso de su odio llenara el momento, un veneno caliente que corría por sus venas y ahogaba cualquier atisbo de vacilación. Había perdido demasiado en el Valle de las Cenizas—lobos, sangre, tiempo—pero esta noche lo recuperaría todo. Esta noche, La Voraz lo vería digno.

Con un movimiento brusco, se cortó la palma, el filo de la daga abriendo su carne con una precisión que apenas lo hizo estremecer. La sangre brotó, oscura y espesa, goteando sobre la tierra agrietada del claro. Cada gota parecía ser absorbida con avidez, como si el suelo mismo tuviera sed. Erich apretó el puño, dejando que el dolor se fundiera con el éxtasis de la ofrenda, su rostro contorsionándose en una mueca que era mitad sufrimiento, mitad triunfo. La tierra tembló bajo sus pies, un rugido profundo que hizo que algunos desertores retrocedieran, sus ojos abiertos de terror. Pero Erich rió, un sonido áspero y cortante que rasgó la noche. “¿Lo sienten?” gruñó, su voz cargada de veneno y convicción. “Ella nos escucha. La Voraz responde.”

Los fanáticos rugieron en aprobación, sus aullidos resonando contra los árboles mientras el temblor se intensificaba, haciendo que la savia negra goteara más rápido, como si los propios troncos sangraran. Erich bajó la vista a su palma, observando cómo la sangre seguía fluyendo, marcando un círculo rojo en la tierra. El fragmento del sello original, desenterrado del Valle de las Cenizas, descansaba en su otra mano, su superficie áspera pulsating con una energía rojo-negra que parecía sincronizarse con su propio latido. Lo apretó con fuerza, ignorando el frío voraz que quemaba su piel, y sintió un susurro en su mente, un eco viscoso que no formaba palabras pero que entendía perfectamente. Poder. Más poder del que Kyle o esa maldita curadora podrían soñar.

Se enderezó, enfrentando a su manada improvisada con una mirada que cortaba como hielo. “Nos han encadenado demasiado tiempo,” escupió, su tono cargado de desprecio mientras daba un paso adelante, dejando que el resplandor de las antorchas iluminara la cicatriz en su rostro como una marca de guerra. “Curadoras, alfas débiles como Draygon… nos han tenido de rodillas, lamiendo sus botas bajo la luna. Pero no más. Esta noche, sellamos un nuevo orden. Uno donde la luna será testigo de su caída, donde los fuertes reclamarán lo que es suyo.”

Los gruñidos de aprobación de los fanáticos se alzaron como un coro salvaje, sus ojos brillando con un fervor ciego que alimentaba la propia obsesión de Erich. Pero notó las miradas inquietas de los desertores, los que retrocedían un paso más, sus garras temblando mientras el suelo seguía vibrando. Uno de ellos, un joven lobo de pelaje grisáceo y ojos evasivos, murmuró algo a su compañero, lo bastante bajo para que Erich no lo escuchara, pero lo bastante evidente para que su mandíbula se apretara. “¿Dudan?” rugió, dando un paso hacia ellos con una furia que hizo que el joven lobo se encogiera. “¿Creen que hay vuelta atrás? El Valle nos mostró lo que la debilidad cuesta. Sangre. Vidas. Si no luchan conmigo, serán los próximos en caer.”

El joven lobo bajó la mirada, su cuerpo temblando bajo el peso de la amenaza, y Erich soltó un bufido despectivo antes de girarse, dejando que el silencio pesado llenara el claro. No necesitaba su lealtad, solo su miedo. Eso sería suficiente hasta que La Voraz le diera lo que necesitaba para aplastar cualquier resistencia, dentro o fuera de su círculo.

Cuando los seguidores comenzaron a dispersarse, murmurando entre ellos y apagando algunas antorchas, Erich se quedó atrás, alejándose hacia el borde del claro donde la oscuridad era más densa. La bruma carmesí del bosque se arremolinaba a su alrededor, fría y pegajosa contra su piel, pero apenas la notó. Su atención estaba fija en el fragmento del sello en su mano, su luz rojo-negra pulsating como un corazón enfermo. Lo levantó, observándolo con una mezcla de reverencia y desafío, mientras un destello de duda cruzaba sus ojos azul hielo. Recordó el Valle de las Cenizas, los aullidos de agonía de sus propios lobos, la sangre empapando la tierra quemada mientras La Voraz reía en las sombras. Por un instante, su mano tembló, el peso de las consecuencias apretando su pecho. ¿Y si esto lo consumía a él primero? ¿Y si desataba algo que ni siquiera él podía controlar?

El pensamiento apenas tuvo tiempo de formarse antes de que lo aplastara con una oleada de odio puro. Sus labios se curvaron en un gruñido silencioso, y su agarre sobre el fragmento se endureció hasta que el dolor le recorrió el brazo. “No,” murmuró, su voz un susurro venenoso dirigido al objeto, como si pudiera escucharlo. “Te alimentarás de su sangre antes que de la mía. Draygon, la curadora… los veré destrozados. Seré yo quien ría al final.”

El fragmento pareció responder, su luz intensificándose hasta que bañó su rostro cicatrizado en un resplandor infernal, y un zumbido bajo emanó de él, vibrando en sus huesos. Erich sonrió, una curva cruel que transformó su expresión en algo inhumano, algo que reflejaba la oscuridad que buscaba invocar. “El siguiente paso será su ruina,” susurró, su voz cargada de una determinación que rayaba en la locura mientras guardaba el fragmento bajo su ropaje, contra su pecho, donde su calor enfermizo quemaba su piel como una marca.

El suelo tembló una vez más, más fuerte esta vez, un rugido profundo que hizo que las ramas de los árboles se estremecieran y que la savia negra cayera como lágrimas oscuras. En el aire, un leve susurro se deslizó entre la bruma, una palabra indistinta que podría haber sido una promesa o una advertencia. Erich no se inmutó, sus ojos fijos en la distancia, donde el Claro de la Luna Sangrienta aguardaba como un altar mayor. Había cruzado un umbral esta noche, y no había vuelta atrás. La Voraz lo respaldaba, y con ella, aplastaría a Kyle, a Lea, y a cualquiera que se interpusiera en su camino. El nuevo orden no era solo una promesa; era una certeza, escrita en sangre y ceniza bajo una luna que nunca volvería a ser testigo de su sumisión.