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Novelas románticas en un solo lugar

reader.chapterBajo un Cielo Sangrante


Alina

La ceniza cae como lágrimas de sangre desde un cielo carmesí, tiñendo el Bosque Prohibido de Tenango de un rojo enfermizo que hace doler los ojos. Estoy de rodillas, el suelo frío y húmedo se clava en mi piel mientras el colgante de obsidiana quema mi pecho con un calor que no debería existir, como si quisiera fundirse con mi carne. Cada respiración es un tormento; el aire apesta a podredumbre y ceniza, quema mis pulmones ya agotados, y el dolor de las heridas frescas en mi espalda y hombro me atraviesa como cuchillos. La sangre rezuma, mezclándose con el barro bajo mis dedos temblorosos, y siento las vetas negras de la corrupción avanzar, oscureciendo mi visión con un velo más denso. Mis ojos, antes solo marcados por el cansancio, ahora parecen absorber la oscuridad misma, y cada parpadeo es un recordatorio de que algo dentro de mí se está rompiendo.

El bosque a mi alrededor no es un refugio, sino una jaula viva. Los pinos retorcidos se alzan como garras, y la savia negra que gotea de sus troncos forma rostros atormentados que parecen gritar en silencio, sus ojos vacíos siguiéndome. El suelo musgoso tiembla con un jadeo agónico, y un frío glacial desciende desde las montañas, erizando mi piel llena de cortes y magulladuras. Apenas puedo distinguir los contornos de las sombras entre los árboles, pero sé que están ahí. Siempre han estado ahí. Un rugido distante sacude la tierra, haciendo que el barro bajo mis rodillas tiemble, y el colgante pulsa con más fuerza, como si respondiera a algo que no entiendo. O algo que no quiero entender.

—Alina… —La voz de Kael corta el aire, grave y quebrada, llena de una furia que no logra esconder su desesperación. Está frente a mí, su cuerpo alto y musculoso bloqueando lo poco de luz que atraviesa el dosel de árboles. Sus cicatrices frescas, heridas abiertas de la batalla en la Cámara Oculta, sangran bajo la ropa rasgada, y la sangre seca endurecida en su torso brilla bajo la penumbra roja. Sus ojos ámbar destellan con un rojo perturbador, parpadeando como si algo dentro de él luchara por salir. No dice más, pero no necesita hacerlo. Su postura, tensa como un lobo listo para atacar, me dice que no dejará que nada pase por él para llegar a mí. Aunque ambos sabemos que lo que viene podría ser más grande que nosotros.

A mi lado, mamá—Elena—se aferra al libro de rituales con manos quemadas, los dedos temblando mientras murmura oraciones que el viento helado dispersa como si se burlara de su fe. Su rostro, surcado por arrugas y hundido por el agotamiento, parece haber envejecido una década en cuestión de horas. Su rebozo gastado está empapado de barro y sangre, y su voz, aunque firme, se quiebra en cada sílaba. “Protégenos, Virgen, no nos abandones ahora…” Pero sus palabras se pierden en el rugido del bosque, y sé que ella también siente lo mismo que yo: que ninguna plegaria puede salvarnos de lo que hemos desatado.

Mis pensamientos son un caos, fragmentos de culpa y miedo que se clavan más profundo que cualquier herida. El ritual fallido en la Cámara Oculta pesa como una piedra en mi pecho. Fue mi magia contaminada la que abrió esa grieta, la que liberó algo que no puedo comprender pero que siento en cada latido de mi corazón. Luna… su rostro pasa por mi mente, pero no como la guerrera sarcástica que conocí, sino como algo roto, algo perdido por mi culpa. Y ahora, el colgante parece susurrar, quemando mi piel con cada pulso, como si me dijera que no hay vuelta atrás. Que lo que viene es inevitable.

Un rugido colosal sacude la tierra de nuevo, más cerca esta vez, y el suelo bajo mis rodillas se agrieta con un crujido que resuena en mis huesos. Levanto la vista, mi visión oscurecida luchando por enfocar, y entonces la veo. Entre los pinos retorcidos, una figura emerge, su silueta distorsionada por las sombras líquidas que se retuercen a su alrededor como serpientes hambrientas. Luna. Pero no es ella. Sus ojos, antes verdes y vivos, ahora brillan con un rojo hambriento, vacío, y una sonrisa inhumana estira sus labios mientras las vetas negras cubren su piel como una telaraña maldita. Su postura es rígida, como si algo más moviera su cuerpo, y el tatuaje de garras en su cuello parece más oscuro, como si el Abismo mismo lo hubiera reclamado.

—Pronto… —Su voz es gutural, un sonido que no pertenece a este mundo, y la palabra se clava en mi pecho como un puñal. No puedo moverme. Mi cuerpo se niega, paralizado por el terror y una culpa que me ahoga. La veo avanzar un paso, las sombras líquidas siguiéndola como un manto vivo, y el aire se vuelve más pesado, más frio, como si su presencia misma drenara la vida del bosque.

Kael gruñe, un sonido profundo que retumba en su pecho, y se interpone entre nosotras con una ferocidad que me sacude del estupor por un instante. Sus músculos se tensan bajo la piel bronceada, y sus manos, manchadas de sangre seca, se cierran en puños mientras su aliento forma nubes blancas en el aire helado. —¡Aléjate de ella! —ruge, pero hay algo en su voz, un temblor que no puede ocultar. No es solo furia. Es desesperación. Es el dolor de ver a Luna, a uno de los suyos, transformada en esto. Y sé que, al igual que yo, se pregunta si hay algo de ella que quede para salvar.

Mis ojos se fijan en Luna, o en lo que sea que ahora habita su cuerpo, y el colgante quema con más intensidad, como si respondiera a su presencia. Mi mente grita, un torbellino de recuerdos y miedo. ¿Es esto lo que causé? ¿Es este el costo de mi magia, de mi fracaso? Quiero gritar, quiero correr hacia ella y arrastrarla de vuelta, pero mis piernas no responden. Solo puedo mirar, atrapada en este momento donde todo lo que amo parece desmoronarse. Las vetas negras en mi visión se espesan, y por un segundo, juro que veo algo más en los ojos de Luna… no solo hambre, sino una súplica. O tal vez es mi propia desesperación proyectándose en ella.

Entonces, un eco resuena desde las entrañas del bosque, un susurro que no debería estar ahí pero que siento atravesar mi alma. “Libérame…” La voz es profunda, antigua, y parece venir desde el Abismo mismo, desde ese lugar bajo Las Venas Rotas que sé que debemos enfrentar. Mi corazón se detiene. El portal primordial. Está despertando. Lo siento en el temblor de la tierra, en el pulso del colgante, en la forma en que el bosque parece inclinarse hacia nosotros, como si los pinos retorcidos quisieran atraparnos en sus garras. El tiempo se agota, y lo que sea que hayamos desatado en la Cámara Oculta no va a esperar a que estemos listos.

Kael gira la cabeza apenas, sus ojos destellando rojo antes de volver al ámbar, y me mira por un instante. No dice nada, pero no necesita hacerlo. Esa mirada dice todo: no hay escape, no hay descanso. Solo queda pelear, aunque no sepamos cómo ganar. Elena sigue murmurando sus oraciones, pero su voz se quiebra por completo, y el libro de rituales tiembla en sus manos como si también supiera que no hay palabras suficientes para detener esto.

Luna, o la cosa que la controla, da otro paso, su sonrisa ensanchándose de una manera que me revuelve el estómago. Las sombras líquidas a su alrededor se alzan, tomando formas que no puedo describir, formas que parecen tener hambre. Y entonces, el bosque mismo parece cerrarse sobre nosotros. Los pinos crujen, inclinándose con un gemido que suena como un lamento humano, y la penumbra se espesa hasta que apenas puedo ver más allá de unos metros. El aire se vuelve más denso, más oscuro, y el rugido desde el Abismo resuena de nuevo, acompañado por ese susurro que no deja de repetirse: “Libérame…”

No sé si podemos detenerlo. No sé si queda algo en mí que pueda intentarlo. Pero mientras miro a Kael, su cuerpo herido pero inquebrantable frente a mí, y a mamá, aferrándose a una esperanza que parece desvanecerse, sé que no puedo rendirme. No todavía. Aunque el bosque nos rodee, aunque el mal despierte, aunque Luna me mire con esos ojos rojos que prometen un final que no quiero imaginar, tengo que encontrar una manera. Porque si no lo hago, todo lo que amo se perderá en esta oscuridad.