reader.chapter — Traición en la Guarida
Kael
Sombras retorcidas danzan en las paredes de la Guarida Secreta, como si el mismísimo Abismo hubiera cobrado vida para reclamar lo que es suyo. El resplandor enfermizo de los hongos bioluminiscentes, de un rojo que parece sangrar, parpadea al borde de extinguirse, alumbrando apenas la caverna principal. El aire apesta a sangre fresca y podredumbre, un hedor que se pega a la garganta como una garra invisible. Desde la cascada cercana, el rugido del agua se mezcla con gruñidos bajos, casi guturales, y susurros oscuros que resuenan como mandatos de una fuerza que no debería existir. En el centro de este infierno olvidado, frente a un altar oculto de piedra negra, está ella. Luna, o lo que queda de ella. Su silueta atlética se alza rígida, inhumana, mientras las runas carmesí bajo sus dedos brillan con un fulgor hambriento. Su piel, marcada por vetas negras que serpentean como venas corruptas, parece absorber la poca luz que queda. Sus ojos, antes verdes y vivos, ahora arden con un rojo voraz, y una sonrisa que no pertenece a este mundo curva sus labios.
—El poder del Abismo es nuestro —pronuncia con una voz gutural, un sonido que raspa el alma y hace que las sombras en las paredes se retuerzan como si obedecieran—. Únanse a mí, y serán invencibles.
Ante ella, un grupo de lobos jóvenes se arrodilla, sus cuerpos tensos y sus ojos brillando con el mismo rojo corrupto que consume a Luna. Sus gruñidos de asentimiento, distorsionados por algo oscuro, resuenan en la cueva como un coro de condenados. No son mis hermanos. No son mi manada. Son marionetas de una fuerza que no comprenden, seducidos por promesas de un poder que solo los devorará. Las figuras de savia negra que gotean del techo y las paredes forman siluetas de lobos con ojos rojos, como si el mismísimo Abismo los vigilara, aprobando esta traición.
A kilómetros de distancia, en el borde del Bosque Prohibido, siento el puñal de su deslealtad atravesar mi mente. Un aullido desgarrador, no físico sino espiritual, resuena en mi interior como un eco de todo lo que he jurado proteger. Mis manos tiemblan, los músculos de mis brazos se tensan hasta el dolor, y un gruñido bajo escapa de mi pecho mientras el cielo carmesí sobre mí sangra cenizas que queman mi piel bronceada. Mis ojos, que alguna vez fueron solo ámbar, destellan con un rojo que no puedo controlar, reflejando la corrupción que me carcome desde el ritual fallido. Estoy con Alina y Elena, descendiendo hacia Las Venas Rotas, pero mi espíritu permanece atado a la Guarida, a mi manada. Y ahora, siento cómo se fractura bajo mis pies, como si el suelo mismo del bosque se abriera para tragarme.
—¿Cómo llegamos a esto? —murmuro para mí mismo, mi voz grave y quebrada, apenas audible bajo el rugido distante del Abismo que sacude la tierra.
Mi mente se llena de recuerdos, fragmentos de tensiones que debí haber visto venir. Los lobos jóvenes, siempre desafiantes, cuestionando mi autoridad desde que Alina entró en nuestras vidas. Sus miradas de resentimiento cuando prioricé protegerla sobre las patrullas, sus gruñidos bajos cuando les ordené mantenerse al margen del bosque más corrompido. Estaba distraído, cegado por el calor de su piel contra la mía, por el latido de su corazón que me ancla cuando todo lo demás se desmorona. Y ahora, pago el precio. Mi manada, mi familia, se desgarra desde dentro, y no estoy allí para detenerlo.
En la Guarida, la voz de Luna, o de la cosa que la controla, corta el aire nuevamente, cada palabra un veneno que se filtra en los corazones de los traidores.
—Abriremos el portal. La bruja caerá —declara, y los lobos jóvenes responden con un coro de gruñidos que retumban como un juramento sellado en sangre.
Ese juramento, aunque distante, golpea mi mente como un martillo. Mi visión se tiñe de rojo, y mis garras, apenas contenidas bajo mi piel humana, rasgan el aire en un movimiento instintivo. Un rugido de furia reprimida escapa de mi garganta, resonando en el bosque y haciendo que las cenizas que caen del cielo parezcan temblar. La bruja. Alina. Mi Alina. La idea de que mi propia manada, los que juré proteger con mi vida, se vuelva contra ella, me desgarra más que cualquier herida física. Mis cicatrices, aún frescas de la batalla en la Cámara Oculta, arden en mi pecho y brazos, pero no son nada comparadas con este dolor. La sangre seca que cubre mi torso se siente como un recordatorio de cada error, cada momento en que bajé la guardia.
Cierro los ojos por un instante, tratando de contener la tormenta dentro de mí. Pero no puedo escapar de las imágenes que me atormentan. Veo a Luna, no como la guerrera sarcástica y leal que conocí, sino como esta criatura de ojos rojos, liderando a mi manada hacia la perdición. Veo a los lobos jóvenes, aquellos que crié como si fueran míos, con amuletos de luna rota colgando de sus cuellos, un símbolo de su alianza con el renegado y el culto que acecha en las sombras. Y veo a Alina, su rostro pálido y exhausto, sus ojos oscuros marcados por vetas negras, cayendo bajo el ataque de aquellos que deberían haberla protegido bajo mi mando. Mi corazón se retuerce, un nudo de furia y desesperación que amenaza con romperme.
—¿Cómo no lo vi? —gruño, golpeando el suelo húmedo y frío con un puño, haciendo que la tierra tiemble bajo mi fuerza. El barro se mezcla con la sangre seca en mis nudillos, pero no siento el dolor. Solo siento la pérdida, la fractura de un vínculo que creí inquebrantable.
Siempre supe que ser alfa significaba cargar con el peso de todos. Cada vida, cada error, cada sacrificio. Perder a mi familia en aquel ataque de cazadores me endureció, me convirtió en un líder que juró no fallar de nuevo. Pero ahora, mientras el eco de ese juramento traidor resuena en mi mente, me pregunto si he fallado de la peor manera. Mi amor por Alina, esa chispa que arde en mi pecho cada vez que sus dedos rozan mi piel, ¿me ha costado todo? ¿He sacrificado la lealtad de mi manada por protegerla? La duda me carcome, pero no puedo permitir que me consuma. No ahora. No cuando ella me necesita más que nunca, cuando el Abismo ruge bajo nuestros pies y el portal primordial amenaza con devorarlo todo.
Mi respiración es irregular, un jadeo que lucha contra el peso del aire cargado de ceniza y podredumbre. Abro los ojos, y el bosque a mi alrededor parece más oscuro, más vivo, como si los pinos retorcidos que gotean savia negra me observaran, juzgaran mi debilidad. Los ojos rojos brillan entre las sombras, multiplicándose como una plaga, y sé que no solo mi manada está en peligro. Todo lo que amo, todo lo que he jurado proteger, pende de un hilo. Alina, con su colgante pulsando como un corazón enfermo, está a pocos pasos de mí, su figura frágil pero decidida mientras seguimos descendiendo hacia Las Venas Rotas. No puedo dejar que vea esta grieta en mí, no cuando su propia carga la está destrozando. Pero dentro, estoy quebrado, dividido entre el deber de salvar a mi manada y la necesidad de mantenerla a salvo.
—No dejaré que caigan —susurro, mi voz un gruñido bajo que el viento helado se lleva, pero que resuena en mi interior como un juramento renovado—. No a ella, no a ellos.
Mis ojos destellan rojo una vez más, un recordatorio de la corrupción que me reclama, de la bestia que vi en mis visiones masacrando a los míos bajo un cielo tan sangrante como este. El temblor violento del suelo sacude el bosque, como si el Abismo respondiera a la rebelión en la Guarida, como si supiera que mi manada, mi hogar, se ha vuelto contra mí. El aullido de traición resuena una última vez en mi mente, un eco que corta más profundo que cualquier garra. Mi tatuaje de garra en el antebrazo parece arder, oscureciéndose como si el Abismo mismo lo marcara como suyo. Pero no puedo rendirme. No mientras Alina luche a mi lado, no mientras quede un solo lobo leal que pueda salvar.
El cielo carmesí parece cerrarse sobre mí, las cenizas cayendo como lágrimas de fuego, y mi mirada se endurece, aunque el agotamiento pesa en cada músculo, en cada cicatriz. Tengo que recuperar el control, detener esta traición antes de que sea tarde. Antes de que el portal se abra y todo lo que conozco sea consumido. Mis garras se retraen, mi respiración se estabiliza, pero la duda persiste, un susurro tan oscuro como los que vienen del Abismo. ¿Cuánto tiempo puedo resistir antes de perderme a mí mismo? ¿Antes de que la bestia que temo se haga realidad?
El bosque cruje a mi alrededor, un recordatorio de que el tiempo se agota. Y en mi mente, el eco de Luna corrompida sigue resonando, una promesa de destrucción que no puedo ignorar.