reader.chapter — La Traición de la Luna
Luna
Una cascada rugiente se alzaba como un lamento roto frente a la entrada de la Guarida Profanada, su eco reverberando en las paredes de piedra que sangraban savia negra, formando figuras de lobos que gruñían en la penumbra. Hongos bioluminiscentes rojos parpadeaban como ojos enfermos, iluminando apenas el corazón de la cueva donde yo, Luna, me erguía sobre un altar fracturado. El aire quemaba con un zumbido carmesí que emanaba del centro del altar, un calor corrupto que lamía mi piel morena, marcada por venas negras que pulsaban como raíces vivas bajo mi carne. Mis ojos, ahora teñidos de un rojo hambriento y vacío, recorrían a mi ejército de sombras: lobos jóvenes con tatuajes oscurecidos retorciéndose en sus cuerpos y poseídos de San Isidro, sus rostros desfigurados por la misma oscuridad que me consumía. Mi postura, rígida e inhumana, reflejaba lo que había perdido, lo que el Abismo había reclamado.
—El portal será nuestro —mi voz gutural resonó, un eco distorsionado que parecía no pertenecer a esta tierra—, y su sangre será el precio.
Los lobos jóvenes aullaron en sincronía, sus garras arañando el suelo tembloroso, mientras los poseídos murmuraban profecías en lenguas olvidadas, sus ojos brillando como brasas en la penumbra. El hedor a sangre fresca y podredumbre impregnaba cada rincón de este lugar que una vez fue refugio, hogar de mi manada, de mi hermano. Pero ya no. La Guarida Secreta había muerto bajo mis garras, profanada por la voluntad del Abismo que ahora latía en mi pecho como un segundo corazón, más fuerte con cada susurro oscuro que me ordenaba destruir, reclamar, abrir. El portal primordial me llamaba desde las entrañas del Santuario de las Lunas Olvidadas, y yo no descansaría hasta que su poder fuera mío. Hasta que la sangre de Alina, la bruja que había fracturado todo lo que alguna vez amé, corriera por mis manos.
Mis dedos, retorcidos por la corrupción, se cerraron alrededor de un amuleto de luna roto que colgaba de mi cuello, un fragmento de lo que fui. Un dolor agudo, inesperado, atravesó la niebla de oscuridad que nublaba mi mente. Mi mano tembló, y por un instante, mis ojos rojos parecieron apagarse, reflejando un destello de algo perdido. Un nombre se formó en mis labios, un susurro roto que apenas rasgó el aire cargado de cenizas.
—Kael…
El eco de su nombre me golpeó como una garra invisible, desgarrando algo profundo dentro de mí. Una memoria, fugaz y cruel, de días bajo la luna llena, corriendo a su lado, su risa grave resonando en el bosque antes de que todo se corrompiera. Antes de que el Abismo me reclamara. Mi aliento se entrecortó, un jadeo inhumano, y mis garras se clavaron en mi propia palma, buscando aplastar ese eco de humanidad. No podía permitírmelo. No ahora. La oscuridad rugió en mi interior, sofocando ese destello de dolor con una furia helada. Mis ojos volvieron a arder, rojos y vacíos, y un gruñido bajo escapó de mi garganta mientras arrojaba el amuleto al suelo, el metal fracturado resonando contra la piedra como un juramento roto.
—No hay vuelta atrás —siseé, más para mí misma que para los que me rodeaban, aunque los lobos jóvenes alzaron sus hocicos, oliendo mi determinación como si fuera sangre fresca en el aire.
Uno de ellos, un lobo de pelaje gris cenizo con vetas negras ramificándose por su flanco, se acercó, su cabeza inclinada en sumisión pero sus ojos brillando con una sed igual a la mía. Su tatuaje de garra en el hombro parecía retorcerse bajo la luz enfermiza de los hongos, un símbolo de su lealtad al Abismo, no a Kael. No a la manada que una vez nos unió.
—Los hemos rastreado, Luna —su voz era un gruñido bajo, distorsionado por la corrupción que lo consumía—. La bruja y el traidor se dirigen al Santuario. Están heridos, débiles. Su sangre está cerca.
Un escalofrío de hambre recorrió mi columna, mis garras flexionándose instintivamente. Podía olerlo, incluso desde aquí: el aroma metálico de la sangre de Alina, mezclado con el dolor y la desesperación que la envolvía como un manto. Y Kael… su esencia de lobo, una vez mi ancla, ahora me llenaba de una furia que ardía más caliente que las runas del altar. Había elegido a esa bruja sobre mí, sobre la manada. Había permitido que el Abismo me tomara mientras él luchaba por salvarla a ella. Pero pronto lo entendería. Pronto vería que no había salvación, solo poder. Solo oscuridad.
—Entonces no hay tiempo que perder —mi voz cortó el aire como una hoja, cada palabra empapada en veneno—. Nos movemos al alba. El Santuario de las Lunas Olvidadas será nuestro campo de caza. La sangre de la bruja abrirá el portal, y el dios olvidado caminará entre nosotros. ¡Su poder será nuestro!
Un coro de aullidos y murmullos escalofriantes estalló a mi alrededor, los lobos jóvenes golpeando el suelo con sus garras mientras los poseídos alzaban sus manos temblorosas, sus bocas abiertas en cánticos guturales que hacían temblar las paredes. El suelo bajo mis pies vibró con más violencia, como si el mismísimo Abismo respondiera a mi juramento, su latido primal sincronizándose con el mío. La savia negra que goteaba de las paredes parecía moverse con propósito, formando sombras de lobos que gruñían y se retorcían, como si fueran extensiones de mi voluntad. Cada rincón de esta cueva profanada resonaba con la promesa de caos, y yo, Luna, era su reina.
Di un paso adelante, mis botas crujiendo contra el suelo cubierto de cenizas y sangre seca, y me incliné sobre el altar central. Las runas talladas en la piedra ardían con un resplandor carmesí, su calor quemando mi piel incluso a través de la corrupción que me envolvía. Mis ojos se entrecerraron, siguiendo los patrones pulsantes que parecían susurrar secretos en una lengua que no necesitaba entender para sentir. Había algo aquí, algo que el Abismo me urgía a descubrir. Un poder más allá de lo que incluso yo podía imaginar, un mecanismo para acelerar la apertura del portal primordial. Si tan solo pudiera descifrarlo… Si tan solo tuviera más tiempo antes de que Alina y Kael alcanzaran el Santuario y lo reclamaran para sí mismos.
Un poseído, un hombre de San Isidro cuyos ojos rojos brillaban con una devoción ciega, se arrastró hacia mí, su cuerpo temblando bajo el peso de la savia negra que cubría sus brazos como una segunda piel. Su voz era un siseo roto, apenas humano.
—Señora de la Luna… el dios susurra… su sangre es la llave… su sangre es el comienzo…
Mis labios se curvaron en una sonrisa cruel, mis colmillos destellando bajo la luz enfermiza. Sabía de quién hablaba. Alina. Siempre Alina. La bruja cuya sangre parecía ser el centro de toda profecía, de todo destino. La odiaba por eso. La odiaba por robarme a Kael, por fracturar la manada, por ser la razón por la que el Abismo me tomó. Pero también la necesitaba. Su sangre era el precio, el sacrificio que el dios olvidado exigía. Y yo se la entregaría, incluso si tenía que desgarrar su pecho con mis propias garras para obtenerla.
—Entonces la cazaremos —respondí, mi tono helado, cargado de una promesa letal—. No descansaremos hasta que su sangre manche este altar. Hasta que el portal se abra y el mundo tiemble ante nosotros.
El poseído inclinó la cabeza, un murmullo de asentimiento escapando de sus labios agrietados, mientras los lobos jóvenes alzaban sus hocicos al techo de la cueva, sus aullidos resonando como un himno de destrucción. El zumbido del altar se intensificó, un rugido que parecía atravesar mi carne y hundirse en mis huesos, como si el Abismo mismo aplaudiera mi resolución. Pero incluso en medio de esa euforia oscura, un eco de ese destello anterior persistía, un pinchazo de algo que no podía nombrar, algo que se aferraba a la imagen de Kael herido, de pie frente a mí, su mirada ámbar llena de dolor antes de que todo se rompiera.
Sacudí la cabeza con violencia, mis garras rasgando el aire como si pudiera cortar esa memoria de raíz. No había lugar para la debilidad. No ahora. No cuando el poder del dios olvidado estaba tan cerca, cuando el Santuario aguardaba como un corazón latiendo en la distancia, listo para ser reclamado. Me giré hacia la entrada de la cueva, donde la cascada seguía rugiendo, su lamento roto ahora un canto de guerra en mis oídos. Olí el aire, mi olfato aguzado por la corrupción captando los aromas lejanos de cenizas ardientes y sangre fresca. Estaban allí, en alguna parte del Bosque Prohibido, rumbo al Santuario. Alina y Kael. Tan cerca, tan vulnerables.
Un gruñido salvaje retumbó en mi pecho, mis ojos rojos enfocándose en la dirección de su destino, mientras un aullido distorsionado rasgaba mi garganta, prometiendo un ataque inminente. El Abismo susurraba su aprobación, y mis fuerzas se agitaron detrás de mí, listas para la cacería. Pronto, el Santuario de las Lunas Olvidadas sería un campo de sangre, y yo, Luna, reclamaría lo que era mío.