reader.chapter — El Susurro de los Libros
Alina
Un viento helado me azota el rostro mientras camino a hurtadillas por las afueras de San Isidro, con el cielo grisáceo del amanecer amenazando lluvia sobre mi cabeza. El colgante de obsidiana pesa en mi pecho, frío como un pedazo de hielo, pero también vivo, latiendo contra mi piel como si supiera a dónde me dirijo. Mi corazón no ha dejado de galopar desde que salí de casa, dejando atrás las palabras de mi madre resonando en mi mente como un eco cruel: "Un pacto roto con sangre." ¿Qué significa eso? ¿Qué me está ocultando? La frustración arde en mi interior, mezclada con una culpa que intenta arrastrarme de vuelta, pero no puedo seguir viviendo en esta jaula de secretos. Tengo que saber.
Delante de mí, la biblioteca abandonada emerge entre la bruma como un cadáver de madera y piedra. Sus ventanas rotas parecen ojos vacíos que me observan, y el techo hundido gime con cada ráfaga de viento, como si me advirtiera que no entre. Por un instante, dudo. Mis dedos se aferran al colgante, buscando alguna señal de mi abuela, de su voz cálida que siempre me guió con historias del bosque, pero solo siento el frío de la obsidiana. Respiro hondo, el aire húmedo llenando mis pulmones, y doy un paso adelante. No hay vuelta atrás.
La puerta, medio descolgada, cede con un chirrido que me hace estremecer. Dentro, el olor a papel viejo y moho me golpea como una bofetada. El suelo cruje bajo mis botas, salpicado de cristales rotos que reflejan la poca luz que se cuela por los huecos de las paredes. Las estanterías, podridas y torcidas, se alzan como esqueletos cubiertos de polvo, cargando libros que parecen desintegrarse al menor roce. Cada paso que doy resuena en este lugar vacío, y siento un escalofrío que no tiene nada que ver con el frío. Es como si la biblioteca misma me observara, como si supiera que no debería estar aquí.
Me detengo frente a una estantería en el rincón más oscuro, donde el aire parece más pesado. Mis manos tiemblan mientras rozo las tapas desgastadas, buscando algo, cualquier cosa que me dé una pista. "¿Qué estoy haciendo?" murmuro para mí misma, mi voz apenas un susurro que se pierde en el silencio opresivo. "Si mi madre se entera… No, no puedo pensar en eso. Tengo que saber por qué el bosque me llama, por qué esos sueños no me dejan en paz." Mi respiración se acelera, y siento el peso de la desobediencia como un yugo, pero también una chispa de rebeldía que me impulsa a seguir. No puedo vivir en la ignorancia ni un día más.
Mis dedos se detienen sobre un libro más pequeño, encuadernado en cuero negro, tan desgastado que las páginas parecen a punto de deshacerse. Lo saco con cuidado, y un polvo fino se alza en el aire, haciéndome toser. Al abrirlo, mi corazón da un vuelco. Las páginas están llenas de grabados a tinta, imágenes de lobos con ojos como brasas y figuras encapuchadas, mujeres con las manos alzadas hacia una luna llena. Brujas. Mi pulso se dispara mientras paso las páginas, cada dibujo más inquietante que el anterior. Hay un altar de piedra, idéntico al que veo en mis sueños, rodeado de símbolos que no entiendo pero que me hacen sentir un nudo en el estómago. Y entonces, entre las hojas, algo cae al suelo con un ruido seco: un mapa desgastado, amarillento por el tiempo, con una línea trazada a mano que señala un claro en el bosque de Tenango.
Me agacho a recogerlo, mis manos temblando tanto que apenas puedo sostener el papel. El mapa está marcado con un círculo rojo, y junto a él, una palabra garabateada con letra apresurada: "Sacrificio." Un frío helado recorre mi columna, y el colgante contra mi pecho vibra con una intensidad que me hace jadear. Es como si respondiera a esto, como si me estuviera diciendo que estoy cerca de algo importante. Demasiado importante. Mis ojos se clavan en el mapa, en la línea que serpentea a través del bosque prohibido, un lugar del que mi madre me ha advertido toda mi vida. Un lugar que mi abuela veneraba en sus historias, con una mezcla de temor y asombro.
De pronto, mientras mis dedos rozan el grabado del altar, el mundo a mi alrededor se desvanece. Una visión me golpea como un relámpago, tan vívida que puedo sentir el olor a cenizas y sangre en el aire. Estoy en un claro bajo una luna teñida de rojo, rodeada de árboles que susurran mi nombre. Una figura encapuchada está frente a un altar de piedra, sosteniendo una daga que brilla con una luz siniestra. La hoja desciende, y un grito desgarrador rasga la noche mientras la sangre mancha la piedra, corriendo por las runas talladas como ríos oscuros. Mis rodillas ceden, y caigo al suelo de la biblioteca, el diario resbalando de mis manos. El colgante quema contra mi piel, un frío tan intenso que duele, como si intentara anclarme de vuelta a la realidad.
Respiro con dificultad, mi pecho subiendo y bajando mientras trato de procesar lo que acabo de ver. "¿Qué fue eso? ¿Qué soy yo?" susurro, mi voz quebrándose. El miedo me paraliza, pero también hay algo más, una fascinación oscura que se enciende dentro de mí. Esa visión… era como un recuerdo, algo que no debería saber pero que siento en los huesos. Miro el diario tirado frente a mí, y luego el mapa que aún sostengo. Sé que seguir esa línea trazada en el papel es cruzar un límite del que no podré regresar. Mi madre me mataría si lo supiera. Pero también sé que no puedo ignorar esto. No después de lo que vi. No después de sentir que el bosque me llama con cada latido de mi corazón.
Un ruido repentino me saca de mis pensamientos: un crujido seco, como si algo o alguien hubiera pisado un cristal roto al fondo de la biblioteca. Mi cabeza se gira hacia el pasillo oscuro, pero no veo nada más que sombras que parecen moverse, alargándose como dedos que intentan alcanzarme. "¿Hay alguien ahí?" pregunto, mi voz temblorosa, pero solo el silencio responde. O no exactamente silencio. Un susurro suave, como el viento colándose por las ventanas rotas, parece formar palabras que no alcanzo a entender. Mi piel se eriza, y doy un paso atrás, tropezando con una estantería que suelta una nube de polvo.
No puedo quedarme aquí. Con dedos torpes, recojo el diario y lo escondo bajo una tabla suelta del suelo, asegurándome de que nadie lo encuentre. El mapa, sin embargo, lo doblo con cuidado y lo meto en mi mochila, sintiendo su peso como si fuera una sentencia. Mi corazón late con tanta fuerza que temo que alguien lo escuche, incluso en este lugar olvidado. Sé que he tomado una decisión que cambiará todo. Un nudo se forma en mi estómago, apretado y frío, pero también hay una chispa, algo que se parece al propósito, quemando en mi interior. No sé qué encontraré en ese claro, no sé si estoy lista para enfrentarlo, pero no puedo seguir viviendo a medias, atrapada entre los secretos de mi madre y el vacío de no saber quién soy.
Mientras me giro para salir, el viento silba de nuevo a través de las ventanas rotas, trayendo consigo un susurro que parece una advertencia, un eco de algo antiguo que me pone los nervios en punta. El colgante vibra con más intensidad, como si intentara hablarme, como si supiera que lo que viene a continuación es más grande de lo que puedo imaginar. Miro hacia la puerta, hacia la luz grisácea del amanecer que promete lluvia, y doy el primer paso hacia lo desconocido.