Descargar la App

Novelas románticas en un solo lugar

reader.chapterSombras en la Mansión


Lea Vinter

Tropiezo en el último escalón, mis botas resbalando contra la piedra húmeda mientras emerjo del sótano hacia el vestíbulo de la Mansión Vinter. Mi corazón golpea contra mis costillas, un tambor desbocado, y mis manos tiemblan al aferrar el diario de mi abuela y la llave de hierro con esas runas que parecen quemar mi piel. La cicatriz en mi muñeca izquierda late con un rojo furioso, proyectando un resplandor enfermo que danza en las paredes negras y agrietadas. La oscuridad aquí arriba no es menos densa que abajo; es como si la casa respirara, un pulso lento y opresivo que me envuelve. Sombras se deslizan en los bordes de mi visión, y un crujido constante, como un lamento humano, rasga el silencio. Mi respiración se entrecorta, el eco del rugido de esa cosa en el sótano—esa sombra líquida que susurró mi nombre—retumbando en mi mente. ¿Qué he desatado? ¿Qué sabía mi abuela que nunca me contó?

Un golpe seco en la puerta principal me arranca de mis pensamientos. Mi pulso salta, y por un instante, pienso en Kyle, en sus ojos ámbar y esa cicatriz sincronizada con la mía. Pero cuando la puerta se abre con un chirrido, es Mira Falke quien entra, su figura delgada pero fuerte recortada contra la penumbra exterior. La luz de su farol tiembla, iluminando sus ojos verdes que brillan con urgencia y preocupación. Su cabello castaño, cortado en un bob desordenado, está salpicado de hojas, y un corte vendado asoma bajo su chaqueta de cuero desgarrada. Su presencia debería aliviarme, pero el peso de lo que acabo de ver me aplasta.

“Lea, ¿qué demonios pasó? Sentí algo en el bosque. Toda la manada lo sintió. Temblores, como si la tierra misma gruñera,” dice Mira, su voz cálida pero tensa, mientras cierra la puerta tras de sí. El frío se cuela con ella, mordiendo mi piel ya helada. No sé cómo responder. Mis labios tiemblan, y el diario se resbala un poco entre mis dedos sudorosos.

“No lo sé… algo en el sótano. Algo vivo, Mira. Me llamó por mi nombre,” murmuro, mi voz apenas un susurro roto. Sus ojos se estrechan, y da un paso hacia mí, el suelo de madera crujiendo bajo sus botas de combate.

“Necesitas sentarte. Estás pálida como la luna,” dice, guiándome hacia una sala polvorienta a un lado del vestíbulo. Una vela parpadeante, que no recuerdo haber encendido, arroja luz sobre muebles cubiertos de telarañas y un espejo agrietado en la pared. Me dejo caer en un sillón destartalado, el olor a humedad llenando mis pulmones mientras Mira se arrodilla frente a mí, dejando el farol en el suelo. “Cuéntamelo todo. Y no omitas nada.”

Le cuento lo que puedo, las palabras saliendo a trompicones. El altar de piedra negra, la grieta que se abrió, la sombra líquida que se movió como tinta viva, el rugido que vibró en mis huesos. Mientras hablo, hojeamos el diario de mi abuela, sus páginas amarillentas crujiendo bajo nuestros dedos. Encuentro un fragmento que no había leído antes, escrito con una caligrafía frenética, como si el tiempo se hubiera agotado. Leo en voz alta, mi voz temblando: “La Voraz. Un hambre que nunca duerme. Sellada bajo la piedra por las primeras curadoras. Un sacrificio devastador, sangre por sangre, para contener su apetito. Si despierta, consumirá todo lo que toca.”

Mira frunce el ceño, sus manos apretadas en puños. “¿La Voraz? ¿Eso es lo que sentiste allá abajo? ¿Algo que tu linaje selló?” Su tono es serio, pero hay un filo de miedo que no puede ocultar. Asiento, mi garganta apretada. La cicatriz en mi muñeca destella, un recordatorio punzante del vacío que siento dentro de mí, ese hueco que se agranda cada vez que uso mi poder.

“Algo me llama desde dentro, Mira. Como si la luna misma me susurrara, pero no es luz lo que ofrece. Es oscuridad. Un hambre que no es mía, pero que siento como si lo fuera,” confieso, mis palabras teñidas de metáforas que no puedo evitar. Siempre he sentido la luna como una guía, pero ahora es una garra que araña mi alma.

Ella posa una mano en mi hombro, su calor contrastando con el frío que me envuelve. “No estás sola en esto. Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntas. Pero no puedes dejar que te arrastre. No lo permitiré.” Su determinación me ancla por un momento, pero el crujido de las paredes, como un jadeo de la mansión misma, me recuerda que no hay paz aquí.

Esa noche, el sueño no llega fácil. Me acuesto en mi cama, el dosel raído oscilando con cada ráfaga de viento que se cuela por las ventanas rotas. Cuando cierro los ojos, las visiones me asaltan. Veo sangre, un río carmesí inundando el sótano, subiendo por las escaleras como una marea hambrienta. Aullidos desgarradores llenan el aire, lobos con ojos plateados siendo desgarrados por sombras vivientes que se retuercen como serpientes de tinta. Despierto con un grito ahogado, empapada en sudor, mi cicatriz ardiendo como si alguien hubiera vertido fuego sobre ella. Me levanto tambaleante y me miro en el espejo agrietado de mi habitación. Mi cabello oscuro, antes solo salpicado de mechones plateados, ahora muestra nuevas hebras brillando como la luz lunar. Mi reflejo me devuelve unos ojos grises teñidos de destellos plateados, y el terror me golpea. ¿Cuánto de mí queda? ¿Cuánto tiempo antes de que me pierda por completo?

Los días siguientes son un borrón de miedo y paranoia. La Mansión Vinter parece más viva que nunca, las sombras moviéndose por voluntad propia en los pasillos, un frío sobrenatural mordiendo mi piel cada vez que paso cerca de la puerta del sótano. Mira se queda conmigo, su presencia un bálsamo contra la soledad, pero ni siquiera ella puede detener el llamado que siento. Es un tirón en mis entrañas, una voz sin palabras que me susurra desde abajo, instándome a regresar. Intento resistir, ocupándome con el diario, buscando respuestas en las advertencias crípticas de mi abuela, pero cada noche las visiones empeoran. La sangre, los aullidos, el hambre. Siempre el hambre.

Una noche, no puedo más. El impulso es demasiado fuerte, como si la luna misma me arrastrara. Camino descalza por los pasillos oscuros, el suelo helado bajo mis pies, mi cicatriz latiendo con un rojo enfermo que ilumina mi camino. Mira duerme en una habitación cercana, y no la despierto. No quiero que vea esto, no quiero que sepa lo débil que soy ante este llamado. Bajo las escaleras del sótano, el olor a tierra antigua y metal quemándome la garganta. El altar de piedra negra me espera, la grieta en su centro palpitando como una herida viva. La sombra líquida no se ve, pero la siento, un peso en el aire que me observa.

Mis dedos tiemblan al rozar la grieta, y el dolor en mi cicatriz explota, un filo que recorre mi brazo hasta mi pecho. Una voz inhumana, gutural y hambrienta, surge de la oscuridad, resonando en las paredes y en mi mente. “Aliméntame, o serás consumida,” susurra, cada palabra un gancho que se clava en el vacío dentro de mí. Mis rodillas ceden, y caigo al suelo, la piedra fría contra mi piel mientras mi visión se nubla. El hueco en mi interior crece, como si algo intentara llenarlo, algo que no soy yo. Mi cicatriz destella, un faro rojo que tiñe todo de sangre, y no sé si estoy llorando o gritando.

Unas manos fuertes me agarran por los hombros, impidiendo que me desplome por completo. Miro hacia arriba, apenas consciente, y veo a Mira, su rostro lleno de terror y determinación. “Lea, maldita sea, estoy aquí. No te dejaré sola. No voy a dejar que te lleve,” dice, su voz firme pero quebrada, mientras me sostiene con fuerza. El rugido de La Voraz resuena más fuerte, vibrando en las paredes como un latido primal, y me miro en el reflejo de una piedra negra cercana. Mis ojos, grises y salpicados de plata, no parecen los míos. ¿Podré resistir este llamado? ¿O ya es demasiado tarde?