reader.chapter — La Fogata de la Discordia
Kyle Draygon
Rodeado por el crepitar feroz de la fogata central, el aire en la Guarida de la Manada Ostmark se sentía denso, cargado con el olor a madera quemada y el filo cortante de la tensión. Kyle Draygon se alzaba como una sombra imponente bajo la luz rojiza, su figura musculosa marcada por cicatrices frescas que contaban historias de batallas recientes. Las nuevas heridas en su brazo izquierdo, aún tiernas tras el enfrentamiento en la plaza, ardían con cada movimiento, pero no eran nada comparadas con el latido insistente de la cicatriz en forma de media luna en su pecho. Esa marca, sincronizada con la de Lea, vibraba con un eco distante, un recordatorio de la tormenta que se gestaba en la Mansión Vinter, un lugar que no podía sacar de su mente. Sus ojos ámbar, brillando con la intensidad de la luna ausente, escudriñaban a los lobos reunidos a su alrededor. Gruñidos bajos y el crujido de ramas bajo pasos inquietos resonaban en la noche, reflejando la inestabilidad que amenazaba con fracturar todo lo que había jurado proteger.
La guarida, un círculo de cabañas astilladas y pieles rasgadas, estaba viva con una energía salvaje y peligrosa. El viento helado arrastraba el olor a carne quemada desde la fogata, mezclándose con el sudor y la desconfianza que impregnaban a la manada. Kyle apretó los puños, sus nudillos blancos bajo la piel bronceada, mientras sentía el peso de cada mirada clavada en él. Había liderado a los Ostmark desde que era apenas un cachorro entrenado para la guerra, pero esta noche, por primera vez en mucho tiempo, la duda se filtraba por las grietas de su armadura. No podía ignorar el murmullo de descontento que crecía entre los suyos, ni el eco de algo más oscuro que parecía vibrar desde el suelo mismo, un tremor que conectaba con los horrores que Lea enfrentaba. Su cicatriz latió de nuevo, un pinchazo agudo que lo hizo apretar los dientes. ¿Qué estaba ocurriendo en esa maldita mansión?
—Hemos sobrevivido cacerías y maldiciones —su voz grave cortó el aire, un intento de reafirmar su dominio—. Mi juramento como alfa es proteger esta manada, no dejar que el odio ciego nos destruya.
Un silencio pesado siguió, pero no duró. Desde el borde de la luz de la fogata, una figura robusta dio un paso adelante, su cicatriz facial brillando como un filo bajo el resplandor del fuego. Erich Stahl, con su cabello rubio cenizo cortado al ras y sus ojos azul hielo destilando desprecio, dejó que una sonrisa burlona curvara sus labios. Vestido con ropajes oscuros y pesados, manchados con sangre seca, su presencia era un desafío vivo, una garra lista para desgarrar lo que quedaba de la autoridad de Kyle.
—¿Protegernos? —Erich escupió las palabras como veneno, su tono cortante resonando en el claro—. Nos has encadenado a una bruja de Sangre Plateada. Cada día que sigues atado a esa curadora, nos debilitas más. ¿O es que ya no eres un lobo, sino un perro domesticado por su magia?
Un murmullo de inquietud recorrió a los lobos, algunos inclinándose hacia Erich, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y fascinación. Kyle sintió la furia rugir en su interior, un instinto animal que pedía sangre, pero también un vacío helado que no podía ignorar. Sus manos temblaron por un instante antes de cerrarlas con más fuerza, sus uñas mordiendo la piel. No podía permitirse mostrar debilidad, no ahora. No cuando el latido de su cicatriz le recordaba a Lea, su vulnerabilidad, y el peligro que ambos habían sentido horas atrás, un eco que aún reverberaba en sus huesos.
—Mi vínculo no es tu maldito asunto —gruñó Kyle, dando un paso adelante, su mirada fija en Erich—. He sangrado por esta manada más de lo que tú jamás harás. Si tienes algo que probar, hazlo con garras, no con palabras de cobarde.
Erich soltó una risa seca, sus ojos brillando con malicia mientras se giraba hacia los lobos, abriendo los brazos como un predicador de caos. —¿Lo ven? Nuestro alfa sangra por una humana y nos pide que confiemos en él. ¿Cuánto tiempo más antes de que nos venda a todos por un roce de su mano plateada?
La provocación fue un golpe directo, y Kyle sintió el aire cargarse aún más, como si la propia noche contuviera el aliento. Antes de que pudiera responder, un lobo joven, de pelaje gris y ojos nerviosos, dio un paso vacilante hacia el centro del círculo. Su voz tembló, pero sus palabras fueron un puñal.
—¿Por qué deberíamos seguir a un alfa que sangra por una humana? —dijo, su tono desafiante a pesar del miedo que lo hacía retroceder un paso cuando Kyle giró hacia él.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Kyle sintió el suelo tambalearse bajo sus botas, no por un temblor físico, sino por el peso de la insubordinación. Sus ojos ámbar se estrecharon, un destello feroz cruzando su rostro mientras un gruñido bajo, primal, emergía de su pecho. El joven lobo bajó la mirada, pero el daño estaba hecho. A su alrededor, los lobos comenzaron a moverse, formando facciones visibles, algunos acercándose a Erich, otros permaneciendo cerca de Kyle, pero con duda en sus posturas. El olor a sangre y tensión impregnaba el aire, y Kyle supo que esto era solo el comienzo de algo mucho más violento.
No había tiempo para más palabras. Necesitaba aire, espacio para pensar lejos de esas miradas que lo desnudaban. Con un último vistazo a Erich, cuya sonrisa fría prometía más problemas, Kyle dio media vuelta y se alejó de la fogata, adentrándose en la penumbra del bosque que rodeaba la guarida. El cielo tormentoso rugía sobre él, nubes pesadas que ocultaban la luna y dejaban caer una lluvia fina y helada que empapaba su camisa oscura. Se detuvo bajo un roble retorcido, su respiración entrecortada mientras apoyaba una mano contra la corteza áspera, dejando que el frío mordiera su piel.
—Joder, hermano —murmuró, su voz ronca perdida en el viento—. Si pudieras verme ahora… te avergonzarías. Fallé contigo, y ahora… ¿voy a fallarles a todos?
La culpa por la muerte de su hermano, un peso que nunca había soltado, se clavó más profundo. Había sido su orden la que lo llevó a esa cacería mortal, su error el que dejó un hueco en su manada y en su alma. Y ahora, con la manada fracturándose y Lea en peligro, el miedo a repetir ese fracaso lo consumía. Su cicatriz latió con más intensidad, un dolor agudo que lo hizo jadear. Era como si pudiera sentir la angustia de Lea a través de esa conexión maldita, un eco de las sombras que la acechaban en la mansión. Cerró los ojos, dejando que la lluvia corriera por su rostro, mezclándose con el sabor salado de algo que no admitiría como lágrimas. No podía dejarla caer. No a ella.
Un temblor repentino sacudió el suelo bajo sus pies, un rugido distante que hizo que las lluvias se detuvieran por un instante, como si la propia tormenta temiera lo que se despertaba. Los lobos en la guarida, a lo lejos, aullaron con inquietud, sus voces alzándose en un coro de miedo. Kyle abrió los ojos de golpe, su mirada fija en la dirección de la Mansión Vinter, apenas visible como una silueta oscura entre los árboles. Su cicatriz ardía ahora, un fuego que se extendía por su pecho, y supo, con una certeza instintiva, que esto estaba conectado a Lea. A lo que ella enfrentaba. A lo que ambos habían despertado.
De vuelta en la guarida, el caos se había intensificado con el temblor. Los lobos corrían entre las cabañas, gruñendo y buscando respuestas, mientras la fogata chispeaba con más furia, como si alimentara el pánico. Kyle regresó con pasos pesados, su figura empapada proyectando una sombra larga bajo la luz del fuego. Pero antes de que pudiera hablar, antes de que pudiera intentar reunir a su manada, vio a Erich desde las sombras del borde del claro. Sus ojos azul hielo brillaban con una malicia calculada, y una sonrisa fría curvaba sus labios mientras susurraba algo a un seguidor, un lobo de mirada hambrienta que asintió con ferocidad.
—Pronto el alfa estará acabado —alcanzó a escuchar Kyle, las palabras de Erich como un filo que cortaba más profundo que cualquier garra.
La furia lo invadió de nuevo, pero esta vez estaba teñida de un miedo que no podía nombrar. El suelo tembló una vez más, un eco de algo voraz que se alzaba desde la distancia, y Kyle supo que el tiempo se agotaba. Su cicatriz latió, un recordatorio de Lea, de su necesidad de protegerla, de no fallar otra vez. Pero mientras miraba a su manada dividida, a Erich conspirando en la penumbra, y sentía el rugido de la tierra bajo sus pies, una única pregunta lo atormentaba: ¿podría salvarlos a todos, o ya había perdido antes de que la verdadera batalla comenzara?