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Novelas románticas en un solo lugar

reader.chapterRefugio en la Oscuridad


Alina

La cascada rugía a nuestra espalda, un rugido hambriento que parecía querer tragarse el eco de nuestros pasos mientras entrábamos a la Guarida Secreta de la Manada. El aire dentro de la cueva se sentía denso, cargado de humedad y de un hedor nuevo, algo podrido que se colaba entre las grietas de la piedra y se pegaba al fondo de mi garganta. Los hongos bioluminiscentes que cubrían las paredes parpadeaban con un resplandor azul espectral, como si incluso ellos temieran apagarse ante lo que habíamos desatado en el claro. Mi ropa empapada se pegaba a mi piel, el frío de la tormenta aún calado en mis huesos, y el colgante de obsidiana colgaba pesado contra mi pecho, su brillo rojo siniestro pulsando como un corazón enfermo. Cada latido hacía que la marca de venas negras en mi brazo ardiera con un dolor helado, extendiéndose como raíces venenosas más allá de mi codo. Sentía que algo dentro de mí se retorcía, algo que no era mío, algo que susurraba con una voz que no podía ignorar.

Kael caminaba a mi lado, su figura imponente tensa como un arco a punto de disparar. La lluvia había pegado su cabello oscuro a su frente, y las cicatrices frescas en su piel bronceada estaban marcadas por sangre seca que la tormenta no había lavado. Sus ojos ámbar escudriñaban las sombras de la cueva, siempre alerta, siempre protector, pero había algo nuevo en su mirada, un temor que no había visto antes, no así. No después de lo que pasó en el altar. No después de ese lamento antiguo que aún resonaba en mi cabeza como un eco de mil voces olvidadas. Mis dedos temblaban mientras apretaba el colgante, como si aferrarme a él pudiera borrar lo que había hecho, como si pudiera devolverme la magia que había perdido y con ella la esperanza de proteger a los que aún confiaban en mí.

Un gruñido bajo rompió el silencio húmedo de la guarida, y mis ojos se alzaron para encontrar a Luna apoyada contra una pared de piedra, su figura atlética marcada por el cansancio y el dolor. La luz azul de los hongos hacía que el corte en su flanco y la herida de flecha en su muslo parecieran más oscuros, más crudos, y su cojera era evidente incluso en reposo. Sus ojos verdes, afilados como cuchillos, me atravesaron con una mezcla de desprecio y algo más, algo que no podía descifrar. Detrás de ella, otras sombras se movieron, lobos de la manada que nos observaban desde las penumbras, sus gruñidos reverberando en las paredes como un juicio silencioso. Mi corazón se apretó, la culpa arañando mi pecho con garras más afiladas que las de cualquier lobo.

—¿Qué demonios hiciste, bruja? —escupió Luna, su voz cargada de sarcasmo cortante mientras se apartaba de la pared con un esfuerzo evidente—. El bosque apesta más que nunca. ¿Esto es tu idea de ayudar?

Sus palabras me golpearon como un latigazo, y mi voz tembló al responder, apenas un susurro quebrado por la lluvia y el agotamiento. —Solo quería protegerlos… recuperar lo que perdí. No pensé… no sabía…

Un gruñido más profundo escapó de los labios de Luna, y los murmullos de desconfianza de los otros lobos se alzaron como un coro oscuro desde las sombras. Mi mirada bajó al suelo, al musgo húmedo que latía bajo mis botas gastadas, como si incluso la tierra supiera que había cometido un error imperdonable. Sentí el peso de sus ojos, de su juicio, y el vacío donde solía estar mi magia se abrió más grande, un abismo que amenazaba con tragarme entera. Mis dedos se apretaron más alrededor del colgante, su frío quemando mi piel, un recordatorio de que cada decisión que tomaba parecía arrastrarnos más a la oscuridad.

—¡Basta! —La voz de Kael cortó el aire como un trueno, grave y autoritaria, silenciando los gruñidos y haciendo que incluso Luna retrocediera un paso. Su postura se endureció, los músculos de sus brazos tensándose bajo las rasgaduras de su ropa empapada, mientras sus ojos ámbar recorrían la guarida con una intensidad que no admitía desafío. Luego se giró hacia mí, y algo en su mirada se suavizó, aunque no lo suficiente como para ocultar la furia y el temor que lo carcomían por dentro. —Todos sentimos la corrupción. Pero culpar no arreglará nada. Lo que se despertó en el altar… no es culpa de uno solo.

Mi respiración se atoró en mi garganta, y un nudo de culpa y alivio se formó en mi pecho. Quería decirle que estaba equivocada, que todo esto era mi culpa, que si no hubiera sido tan terca, tan desesperada por recuperar mi magia, esa grieta no se habría abierto. Pero las palabras se quedaron atrapadas, ahogadas por el peso de lo que había visto, de lo que había oído. Esa voz helada susurrando mi nombre, cargada de venganza, aún reverberaba en mi mente, y cada vez que cerraba los ojos, veía esas sombras retorcidas alzándose de la niebla oscura.

Kael dio un paso más cerca de mí, su calor contrastando con el frío de la cueva, y bajó la voz para que solo yo pudiera escucharlo, aunque sus palabras seguían cargadas de un peso que parecía aplastar incluso las paredes de piedra. —Hay cosas que no te conté, Alina. Sobre el altar, sobre lo que guarda debajo. Hace generaciones, un pacto se rompió entre brujas y lobos. Sangre selló a La Sombra de la Luna, un espíritu de venganza que no debería haber despertado. Ahora está libre.

Sus palabras me atravesaron, helando la poca calidez que quedaba en mi cuerpo. La Sombra de la Luna. Ese nombre resonó en mi interior como un eco de algo que siempre había sabido pero nunca había querido enfrentar. Mis ojos se alzaron hacia los suyos, buscando una grieta en su certeza, una mentira que me diera esperanza, pero solo encontré verdad y un temor que reflejaba el mío. —Kael… yo… lo siento tanto —susurré, mi voz quebrándose como vidrio bajo el peso de mi propia culpa. Mis manos temblaron, y el colgante vibró contra mi pecho con un frío tan intenso que sentí que quemaba, como si me castigara por cada error, por cada vida que ahora estaba en peligro por mi culpa.

Él negó con la cabeza, su mandíbula apretándose mientras su mirada se intensificaba, perforándome con una mezcla de furia y algo más suave, algo que hacía que mi corazón latiera más rápido a pesar del miedo. —No estás sola en esto. Lo enfrentaremos juntos. Pero no puedo prometerte que no habrá un costo… uno que tal vez no podamos pagar.

Sus palabras colgaron entre nosotros, pesadas como la niebla roja que se colaba desde el bosque, y por un momento, el mundo se redujo a esa promesa, a esa mirada que parecía ver más allá de mis cicatrices, más allá de la marca de corrupción que se extendía por mi brazo. Quería responderle, decirle que no lo dejaría cargar con ese costo, que encontraría una manera de arreglar esto, pero mi garganta estaba demasiado apretada, mi pecho demasiado lleno de miedo y arrepentimiento.

El silencio que siguió fue roto por un gruñido bajo de Luna, quien se había retirado a un rincón de la guarida, sus ojos verdes aún fijos en mí con una desconfianza que no necesitaba palabras. Los otros lobos se movieron inquietos en las sombras, sus gruñidos más suaves pero no menos hostiles, y sentí el peso de su juicio como una piedra sobre mis hombros. Sabía lo que pensaban. Que yo, una forastera, una bruja sin magia, había traído esta maldición sobre ellos. Y no podía culparlos. Porque una parte de mí, la parte que escuchaba los susurros de esa voz helada en mi mente, sabía que tenían razón.

Kael señaló un rincón más profundo de la cueva, donde el resplandor azul de los hongos era más tenue pero ofrecía algo de privacidad alejados de las miradas de la manada. —Descansa un momento. Lo necesitas. —Su tono era cortante, pero había una suavidad subyacente, una preocupación que hacía que mi pecho doliera de una manera que no tenía nada que ver con la marca de corrupción.

Me dejé caer contra la pared de piedra fría, mis piernas temblando bajo el peso de mi propio cuerpo, y Kael se sentó a mi lado, lo bastante cerca como para que pudiera sentir el calor que emanaba de él, un contraste brutal con el frío que parecía habitar cada rincón de mi ser. Mi cabello, aún empapado, caía pegajoso sobre mi rostro, y los rasguños en mis brazos ardían con cada movimiento, pero nada se comparaba con el dolor constante de la marca, un recordatorio de que lo que había desatado no desaparecería tan fácilmente. Cerré los ojos por un momento, tratando de calmar el caos en mi mente, pero las imágenes del altar volvieron: la grieta, la niebla oscura, las sombras que tomaban formas inhumanas. Y esa voz. Siempre esa voz, susurrando mi nombre como si me conociera desde siempre.

—Alina… —La voz de Kael me trajo de vuelta, baja y ronca, y cuando abrí los ojos, lo encontré mirándome con una intensidad que hizo que mi aliento se detuviera. Su mano, grande y áspera por las batallas, se movió hacia la mía, rozándola apenas, un toque accidental que envió una corriente de calor por mi piel helada. Fue breve, apenas un segundo, pero fue suficiente para hacer que mi corazón latiera con fuerza, para recordarme que, incluso en medio de toda esta oscuridad, había algo, alguien, que me mantenía anclada.

—No estoy sola —murmuré, más para mí misma que para él, aferrándome a ese calor, a esa promesa, mientras el colgante contra mi pecho parecía vibrar con más fuerza, su frío helado luchando contra la calidez de su toque.

Antes de que pudiera decir más, un aullido distante resonó desde el bosque, más profundo y ominoso que cualquier sonido que hubiera escuchado antes, un sonido que no pertenecía a la manada. Ambos nos tensamos al mismo tiempo, nuestras miradas volando hacia la entrada de la cueva, donde la cascada rugía como un velo entre nosotros y lo que acechaba afuera. El resplandor azul de los hongos pareció apagarse por un instante, y el aire se volvió más pesado, más podrido, como si el bosque mismo estuviera gritando una advertencia.

Kael se levantó, su postura volviendo a ser la de un alfa, protector y feroz, mientras sus ojos ámbar brillaban con una determinación que no podía ocultar el temor debajo. —No nos rendiremos —dijo, su voz un gruñido bajo, pero no estaba segura de si hablaba conmigo o con las sombras que parecían acercarse con cada aullido.

Y mientras el eco de ese sonido oscuro reverberaba en la guarida, supe que no había vuelta atrás. Lo que había despertado no descansaría. Y yo, con o sin magia, con o sin esperanza, tendría que enfrentarlo.