reader.chapter — El Peso del Legado
Alina
Un jadeo entrecortado rasga el silencio opresivo del Abismo de las Lunas mientras mis piernas ceden, y me detengo en un claro temporal, el suelo viscoso bajo mis botas desgastadas. La niebla densa se arremolina a nuestro alrededor, pegajosa como un aliento frío contra mi piel, y el cielo rojo pulsante tiñe todo con un brillo enfermizo, haciendo que las sombras parezcan sangrar en los rostros de los árboles retorcidos. Mi pecho sube y baja con desesperación, el eco del aullido inhumano que nos persiguió aún vibrando en mis oídos. Kael, a mi lado, gruñe bajo, su respiración tan pesada como la mía mientras sus ojos ámbar barren el entorno, alerta a cualquier amenaza que pueda surgir de la penumbra.
El dolor sordo de las venas negras late desde mi palma, extendiéndose como raíces venenosas hasta mi pecho, un recordatorio constante de la corrupción que me carcome. El colgante de obsidiana cuelga pesado contra mi piel, destellando con un rojo intermitente que parece sincronizarse con cada punzada de agonía. Me aferro al borde de mi camiseta rasgada, intentando calmar el temblor de mis manos, pero el eco de la profecía de esa figura encapuchada me atraviesa como un cuchillo helado: *Tu sangre abrirá o cerrará un sello final*. Las palabras se repiten en mi mente, acompañadas por el susurro roto de la voz de mi padre, un lamento que arrastra recuerdos de pérdida y culpa que no puedo sacudirme.
—Alina, ¿estás bien? —La voz grave de Kael corta mis pensamientos, teñida de una preocupación que no puede ocultar. Está a mi lado, su figura alta y musculosa encorvada por el agotamiento, cicatrices frescas cruzando su torso bronceado bajo la ropa rasgada. La sangre seca mancha su piel, y su tatuaje de garra en el antebrazo parece más oscuro, como si la luz maldita del cielo lo reclamara. Sus ojos me estudian, buscando algo más allá de las heridas visibles, y por un instante, siento que puede ver el peso que cargo dentro de mí.
Asiento débilmente, aunque el temblor de mi cuerpo me traiciona. No estoy bien. No lo he estado desde que desaté a La Sombra, desde que vi a Luna caer en ese letargo mágico por mi culpa, desde que supe que cada decisión mía parece costar más vidas de la manada. Pero no puedo decírselo, no ahora. En lugar de eso, me dejo caer contra un tronco retorcido, ignorando la savia negra que gotea de él, formando sombras que parecen rostros observándonos con ojos vacíos. Mi mochila cae al suelo con un golpe sordo, y mis dedos, aún temblorosos, buscan el libro de rituales que mi madre, Elena, me entregó antes de que todo se desmoronara.
El cuero antiguo está desgastado bajo mi toque, impregnado de un olor a tinta desvanecida y algo más profundo, como si guardara los secretos de generaciones. Lo abro con cuidado, las páginas crujiendo como si protestaran por ser despertadas. Mis ojos recorren los garabatos apretados, las palabras en un idioma que no debería entender pero que resuenan en mi sangre. Fragmentos de frases emergen entre las runas desdibujadas: *Santuario Perdido*, *purificación*, *luna creciente*. Mi corazón da un vuelco, una chispa de esperanza luchando contra el miedo que me aferra. Un lugar en el corazón del Abismo, un templo olvidado de las brujas de mi linaje, donde mi magia contaminada podría ser limpiada. Pero las palabras que siguen apagan esa chispa con un escalofrío: *a un costo indeterminado*.
—¿Qué encontraste? —Kael se arrodilla a mi lado, su hombro rozando el mío mientras se inclina para ver el libro. Su calor contrasta con el frío que parece emanar de mi propia piel, y por un instante, quiero apoyarme en él, dejar que su fuerza me sostenga. Pero no puedo. No cuando cada cercanía parece ponerlo más en peligro, no cuando La Sombra susurra en mi mente, burlándose de cualquier esperanza que intente aferrar.
—Un santuario —murmuro, mi voz temblando con una mezcla de anhelo y temor—. En el Abismo. Un lugar de las brujas de la luna creciente… dicen que puede purificar la magia, limpiarla de… de esto. —Levanto mi brazo, mostrando las venas negras que serpentean bajo mi piel como una maldición viva. El colgante destella otra vez, y una punzada de dolor me arranca un jadeo, haciendo que mis dedos se cierren sobre el libro.
Kael frunce el ceño, su mirada oscureciéndose mientras estudia las marcas en mi piel. Luego, sus ojos se encuentran con los míos, y hay algo en ellos que me desarma: una mezcla de furia contenida y una ternura que no debería permitirse en un lugar como este. —No irás sola —dice, su tono grave y firme, dejando claro que no es una sugerencia, sino una promesa—. Sea lo que sea ese costo, no lo enfrentarás sin mí.
Sus palabras me golpean con más fuerza de la que esperaba, y por un momento, no puedo responder. La culpa me aprieta el pecho, recordándome a Luna, su cuerpo inmóvil en la Guarida Secreta, las venas negras marcándola por haber absorbido parte de mi corrupción. Y las vidas de la manada, los lobos que han caído porque yo no fui lo suficientemente fuerte, lo suficientemente rápida, lo suficientemente… algo. Cada decisión que tomo parece tejer más dolor, y ahora, con Kael a mi lado, temo que él sea el próximo en pagar el precio. Pero también hay una parte de mí, egoísta y desesperada, que necesita su presencia, que se aferra a la seguridad que me ofrece, aunque sea una ilusión en este infierno.
—Kael, no sabes lo que esto podría significar —susurro finalmente, mi voz quebrándose—. No sabes lo que podría pasar si… si fallo otra vez.
—No fallarás —responde, cortante, pero luego su tono se suaviza, casi un murmullo mientras su mano roza la mía, un contacto breve pero cargado de electricidad que hace que mi aliento se detenga—. Y si lo haces, pagaré ese precio contigo si es necesario.
El silencio que sigue pesa como la niebla a nuestro alrededor, denso con las palabras no dichas, con el deseo y el miedo que se arremolinan entre nosotros. Su toque persiste en mi piel, un calor que contrasta con el frío del colgante contra mi pecho, y por un instante, me permito imaginar lo que sería dejarme caer en él, dejar que sus brazos me rodeen y olviden este lugar. Pero el latido sordo de las venas negras me trae de vuelta, un recordatorio de que no hay lugar para esa debilidad, no mientras La Sombra aceche, no mientras mi magia siga siendo un arma que no puedo controlar.
Un susurro helado se desliza en mi mente, como si respondiera a mis pensamientos. *Cada paso te acerca a mí, Alina. No hay salvación, solo ruina.* Me estremezco, cerrando los ojos por un segundo, intentando bloquear la voz de La Sombra, pero su presencia es un eco constante, una sombra que se retuerce en los bordes de mi conciencia. Cuando vuelvo a abrir los ojos, Kael me observa, su expresión endurecida, como si pudiera sentir la batalla que libran dentro de mí, aunque no dice nada.
Me pongo de pie con esfuerzo, ignorando el temblor de mi brazo mientras guardo el libro en mi mochila. —Tenemos que irnos —digo, mi voz más firme de lo que siento—. Si ese santuario es real, si hay alguna chance de arreglar esto… no puedo esperar más.
Kael asiente, levantándose con un movimiento fluido a pesar de las heridas que marcan su cuerpo. Sus ojos recorren el claro una vez más, asegurándose de que no haya amenazas inmediatas, antes de volverse hacia mí. —Entonces avanzamos juntos. Pero mantente cerca. Este lugar… está más vivo de lo que parece.
No necesito que me lo diga. Lo siento en cada respiración, en la forma en que el suelo parece latir bajo mis pies, en cómo los árboles sangran savia negra que forma figuras que no quiero mirar por demasiado tiempo. El aire está cargado de un olor a ceniza y sangre antigua, y cada crujido de ramas suena como un susurro, como si el Abismo mismo nos observara, esperando el momento para devorarnos. Pero no hay vuelta atrás. No cuando cada segundo que pasa siento la corrupción avanzando, un veneno lento que no solo me consume a mí, sino que amenaza con arrastrar a todos los que amo.
Comenzamos a caminar, adentrándonos en un terreno aún más hostil del Abismo. Los árboles aquí son más altos, más retorcidos, sus ramas formando arcos que parecen jaulas sobre nosotros. La savia negra gotea con más intensidad, acumulándose en charcos que reflejan rostros gritando en silencio, y el viento lleva un canto, voces humanas en lenguas olvidadas que erizan mi piel. El colgante vibra con un rojo más intenso, cada destello acompañado por un latido de dolor en mi pecho, como si mi propio corazón estuviera siendo reclamado por algo más oscuro.
Kael camina a mi lado, su presencia una ancla en medio del caos, pero incluso él parece tenso, sus hombros rígidos mientras sus ojos ámbar escanean cada sombra. Sé que está dividido, que su deber como alfa lo llama a proteger a su manada, a regresar y enfrentar las pérdidas que han sufrido. Pero también sé que no me dejará, no ahora, no cuando cada paso que doy parece acercarme más a un borde del que quizás no pueda regresar. Y aunque una parte de mí quiere rogarle que se vaya, que se salve, otra parte, la que tiembla en la oscuridad de este lugar, se aferra a su promesa de estar conmigo.
Mientras avanzamos, el susurro de La Sombra regresa, más fuerte, más burlón. *Cada verdad te acercará a la ruina, pequeña bruja. ¿Crees que un santuario te salvará? Solo encontrarás más sangre.* Me detengo por un segundo, mi respiración entrecortada mientras aprieto los puños, intentando silenciar esa voz dentro de mí. Pero el colgante arde contra mi piel, y el dolor en mi pecho se intensifica, un recordatorio de que no puedo escapar de lo que soy, de lo que he desatado.
Kael me mira, su expresión una mezcla de preocupación y determinación, pero no dice nada. No hace falta. Ambos sabemos que lo que nos espera en el corazón del Abismo podría ser nuestra salvación o nuestra condena. Y mientras los árboles cantan con lamentos antiguos a nuestro alrededor, solo puedo aferrarme al libro de rituales contra mi pecho, rezando en silencio por que esta vez, solo esta vez, el costo no sea más de lo que puedo soportar.